A todos alguna vez nos dijeron si, antes de iniciar un programa de ejercicio, nos hicimos un reconocimiento médico; de esta forma, se nos advertía de los peligros de la actividad física vigorosa. Me viene esto a la mente con la virulencia del calor y al hilo de lo que escuché en la radio, sobre los problemas del ejercicio físico en estas condiciones.

Reconozco que casi nunca me hice un reconocimiento. Así es. Ni siquiera cuando comenzaba. Mal hecho, lo reconozco. Todo el mundo ahora habla del peligro de hacer ejercicio. Pero… ¿alguien habla del creciente problema de no hacerlo?

El deporte más peligroso, a mi entender, es el que se hace desde una grada.

Un día, un viejo amigo, el doctor Joaquín Arenas, jefe de análisis clínicos de un hospital de Madrid y fisiólogo, me decía que cualquier persona, hasta la más débil, puede ser un buen deportista. Pero solo individuos de gran fortaleza natural podrán sobrevivir largos años como sedentarios; solo esos individuos dotados genéticamente superarán la inmovilidad, el deterioro progresivo de sus capacidades. El doctor me decía que la inactividad es algo completamente antinatural para el organismo humano.

Pero hay algo más en un deportista , a mi entender, que le distingue del sedentario. Día a día, el individuo físicamente activo consigue ampliar las fronteras que delimitan su libertad. El agotamiento físico constituye la vía más rápida hacia la conquista de una cierta felicidad desconocida para el mero espectador.La fraternidad,la igualdad, la justa valoración de los términos derrota ó victoria constituirán un nuevo campo de valores para el individuo deportista.

Hacerse un reconocimiento es necesario si queremos preservar y valorar nuestro estado de salud; pero solo moviéndonos, conquistando nuestra parcela de libertad, ampliando horizontes, mereceremos la salud satisfactoria.