Amanece el sábado y como siempre las primeras luces del día nos despiertan.

La estancia en la que pernocto es como el camarote de los Hermanos Marx, y aparte de esto, las amplias cristaleras mejor vírgenes de cortinas, para que la luz nos inunde y nos mantenga alerta. El sueño, aunque necesario, no se cómo, pero siempre es secundario aquí.

El viento se recrudece este amanecer, y no quiere perderse la fiesta de despedida. A las 9.30 comenzamos a pedalear y el viento sopla con fuerza entonces , empujándonos, como queriendo alejarnos de la mesa del desayuno, de la cama, de las pertenencias, distanciándonos de todo lo material, casi dejándonos huérfanos de todo.

Llegar a Maspalomas y comenzar a subir es todo uno. La carretera de Cercados de Espino es una procesión de grupos ciclistas: alemanes, daneses, suizos…aunque casi todos abandonan en las primeras rampas de Soria, un puerto corto pero brutal, con rampas de hasta el 15% en sus 5,5 kms. y casi ningún momento de respiro, con una pendiente media del 8%. Aquí cada cual se marca su propio ritmo y llegamos diseminados, pero casi dándolo todo. En mi caso, casi 25′ a intensidad de umbral, llegando con las fuerzas justas a la cima.

A la vuelta, el viento desde el Aeroclub es una pared que frustra las prisas, nos aleja del reposo, de las duchas, de la comida reparadora, de las piernas en alto. Me duelen las piernas; los labios secos, la espalda torturada. Hay algo en la isla que no quiere que me marche y me gusta, aunque añoro mi casa , mis cosas , la gente que me quiere y me espera alli.

Pero volveré.