Seguro que él si se topa con este post se enfadará conmigo; por eso he dudado en escribir. Pero me he decidido a plasmar algún retazo de los primeros ,los míticos pioneros peninsulares, y que mejor manera de empezar que hablaros de alguien con el que conviví unos días, aunque él nunca se considerara un tío de élite y por supuesto, menos un mito… Matías Llobet, un tío sencillo, un gran deportista.

Nacido el 31 de agosto del 60, (Virgo como yo y rara avis como yo), compaginó sus años en el triatlon con su trabajo como químico en una bodega, por lo que nunca alcanzó los niveles de entrenamiento de sus coetáneos, (Godoy, Santamaría, Burguete, Alix…), pero su gran calidad, y sus años en el atletismo, (pupilo del legendario Gregorio Rojo y compañero de entrenamiento de José Manuel Abascal), sus 2h. 24′ en marathon, le permitieron destacar en un deporte incipiente y en el que sus grandes condiciones de corredor a pie le permitieron descollar tanto en duatlon como en triatlon.

Sus mejores años, en los que alcanzó la internacionalidad absoluta, con victorias en algunas pruebas del celebrado Circuito Nacional de Caja Postal fueron los últimos de los 80 y primeros de los 90, defendiendo los colores del CN Barcelona- le Cof Sportif junto a los Godoy, Burguete, Santamaría… e incluso un jovencísimo entonces José Luis Cano Villanueva.

En el último año de su trayectoria en el triatlon se decidió a correr un Ironman , y así lo hizo en Zurich, con un registro de 9h. 27′ y menos de tres horas en la marathon, lo que le dío el billete para Hawaii. En Kona, tuve la suerte de conocerlo y compartir apartamento, allí recibíamos a diario las llamadas de su amigo Antonio Alix que no dejaba de darle consejos… me impresionaron de él sus costumbres, algunas propias de la vieja escuela: hacer a seis días de la prueba el circuito completo del ciclismo , saliendo del apartamento a media mañana y llegar entrada la tarde completamente apajarado; llevar la bici a Kona totalmente desmontada, hasta el último tornillo y cable y montarla meticulosamente durante horas antes de salir por primera vez a la ruta; correr la marathon sin calcetines, costumbre que más tarde adopté yo también; devorar ingentes cantidades de comida y bebida, sin desdeñar la cerveza.

Tras terminar en La Meca, separados por algo menos de tres minutos en meta, me aseguró que una vez traspasada aquella meta nunca más volvería a competir en triatlon. Yo entonces no le creí, pero ha mantenido su palabra desde entonces. De Hawaii volvió lesionado y si de verdad cumplió su palabra no se habrá vuelto a calzar las zapatillas de correr, aunque puede que haya subido a más de una montaña ó nadado mar adentro en alguna travesía.

Por si me lees, cuidate, amigo.