Para poder vivir, siempre confiemos.

Sigamos confiando ciegamente en el ritmo de la vida, pese a ciertos reveses.

La naturaleza alterna en ella misma el día y la noche, el calor y el frío, la serenidad y la tempestad.

En nuestros cuerpos, el movimiento y el sueño, el gozo y el dolor.

A veces me gustaría profundizar en esta ley universal de las alternativas vitales, en esos momentos que nos euforizan ó nos condenan, en ese juego divino de las compensaciones.

No habrá felicidad sin sufrimiento y pese a ello, nunca lamentemos lo quebrado del camino.

Y por ello, y pese a que la vida hoy no haya sonreído, confiemos. El futuro aguarda.