Pocos episodios en la historia del deporte pueden reclamar tanto mi atención. Tal vez la historia de Luis Ocaña, el ciclista de Priego y su conquista del Tour, las siete medallas de oro de Mark Spitz en Munich 72 ó la leyenda de Zatopek, la Locomotora Humana; aún así, tal vez por haber recorrido años después el mismo escenario, ó por la coincidencia deportiva en mi propia historia personal, y seguramente por la admiración que profeso tanto por Dave Scott como Mark Allen a todos los niveles, me quedo con la IronWar como ese episodio culminante y señero en mi concepción y visión de la competición y el deporte. Y por supuesto, como imagen esencial del que es mi preferido , el triatlon. Seguramente el lector haya leído decenas de veces sobre esta epopeya deportiva. Seguramente conozca el rendimiento, los dígitos, el desenlace. Pero desde mi humilde blog y en esta y próximas entradas, trataré de acercar algún detalle más, eminentemente histórico ó tal vez fabulado. Aquellos que lo vivieron y lo supieron transmitir consiguieron que el eco llegara hasta aquel ó aquellos entusiastas que llegaron a referirmelo. Y, así, pude llegar a construir estos párrafos con algo más de historia, que espero nos hagan amar aún más este deporte.
Ironman de Hawaii, octubre de 1989. Dos hombres corren hombro a hombro por el centro de la autopista Queen Kaahumanu en la isla grande de Hawaii, en dirección sur hacia la ciudad costera de Kailua -Kona. La carretera por la que viajan corta una arteria estrecha a través de un vasto campo de lava negro ,sin vida , salvo por unos pocos matojos dispersos de hierba crecida y resistente. Todo un día de sol ha fabricado nubes que a estas horas del mediodía consiguen un efecto de trampa bochornosa, como si las propias nubes fueran la tapa de una tetera humeante.
Ambos hombres son altos y delgados , con las piernas características de triatletas, más longilineas que la de los ciclistas, pero más musculosas que las de los corredores . Cada uno de ellos esconde una mirada que se pierde en el horizonte debajo de sus gafas de sol , pero sus mejillas evidencian ya un cansancio mortal .
No corren solos . Una caravana de ciclomotores , bicicletas , coches, jeeps y camiones que se ha formado por detrás de ellos , espectadores a bordo de estos medios de transporte, que han sido arrastrados a la caravana por una noticia que ha corrido como la pólvora… La del duelo , el espectáculo que ahora contemplan . Algunos de los vehículos motorizados y la mayoría de las bicicletas no deben estar donde están, ya que la carretera está cerrada al tránsito normal , pero los comisarios de carrera han perdido el control y no hay manera de recuperarlo. Atrapados en la misma hipnosis que todos los demás, sólo pueden seguir y presenciar el espectáculo.
Se trata de una extraña aparición , una caravana en silencio, una especie de anfiteatro itinerante abigarrado , aún más extraño por su silencio. Aquellos que presencian el duelo no se atreven a decir una palabra por miedo a romper el hechizo en el que todos son cómplices . Aparte de algún grito de aliento ocasional de algún voluntario en una estación de avituallamiento , el único sonido que se escucha es el jadeo rítmico de la respiración de los atletas y el golpeteo suave de sus pies contra el pavimento.
» ¡Adelante! « Grita un joven cuando los corredores se acercan a una de las estaciones de avituallamiento.
El hombre de la derecha , vestido con ropa verde negra y blanca Brooks, es
Dave Scott, seis veces ganador de esta carrera, el Campeonato del Mundo Ironman . El corredor de la ropa de color amarillo , negra y blanca Nike es
Mark Allen , «perdedor» seis veces del Ironman , ganador de todas las demás competiciones a las que se presenta…
Aún en la bici. Delante de izquierda a derecha, Scott y Mike Pigg. Por detrás, Rob Mackle y Allen, expectantes.
Continúan . Se vigilan a un ritmo altísimo, después de nadar 2,4 millas , pedaleado 112 millas y con gran parte de la marathon recorrida, con todo el calor de un asfalto bajo sus pies en ebullición. Se mantienen con sus muñecas prácticamente fundidas,corriendo al unísono, muy por delante de los 1.284 mejores triatletas del mundo, profesionales y grupos de edad . Cada uno está tratando con todas sus fuerzas de romper el cuerpo, la mente o el espíritu del otro, pero a pesar de que han estirado todos los atributos del rival hasta el punto de la ruptura, todavía ambos siguen en pie.
Dentro de sus mentes se libra una batalla campal entre el sufrimiento inimaginable y un igualmente intenso deseo de resistir ese sufrimiento y conseguir el triunfo. El dolor en los muslos , sobre todo , es tan grave que en cualquier otro contexto les resultaría imposible caminar un solo paso. Sin embargo, cada uno sigue cubriendo cada milla por debajo de los seis minutos.
Una multitud expectante espera en la línea de meta en el centro de Kailua -Kona. Todo lo que saben de la gran lucha que tiene lugar en la autopista Queen K es la poca información que el locutor de carrera ofrece con actualizaciones esporádicas sobre la base de la novedades que ofrecen dos canales de radio que viajan junto a Mark y Dave . Esta información es más que suficiente para cautivar al público que se agolpa en Alii Drive.
Mientras que espera la multitud , el competidor que está en vigésimo séptimo lugar en la carrera se encuentra con Scott y Allen cuando ellos ya retornan y él asciende hacia
Energy Lab . No puede más que detenerse y admirar el espectáculo. Ha dedicado meses de duro entrenamiento para prepararse para el día de hoy . Durante varios segundos, aplaude y grita como cualquier otro espectador, momentáneamente indiferente a su propio esfuerzo.
Bob Babbit
Sentado en un descapotable, unos cincuenta metros por detrás de los atletas,viaja Bob Babbit, de 38 años de edad entonces, editor de la revista Competitor, con sede en San Diego . Su rostro se congela en una leve sonrisa . Cree que está viendo la carrera más grande jamás disputada. El título para la portada del próximo número de su publicación ya lo tiene…«Guerra de Hierro».
(continuará)
Absolutamente hechizante. Me acabas de transportar a la Queen K. Gracias Pablo.
Que espectáculo y que dureza, muy bien escrito Pablo��