Hoy viernes, día de fiesta, se presentaba como una atrayente jornada para disfrutar al aire libre. En otros momentos de mi vida, hubiera sido la ocasión perfecta para perderse decenas de kilómetros, hacia las montañas, si imaginamos un día soleado y primaveral.
Pero no. Las lesiones me acucian. Y el día era algo así como un baño turco, agua por doquier, agua del cielo, sudor por la húmeda atmósfera.
Podría haber elegido un lugar tras una cristalera junto a un humeante café, (algo que a menudo me reconforta), un pequeño viaje en coche, ó terminar las perennes tareas pendientes en casa, siempre inconclusas.
Obviamente y en mi caso, no fue esa la elección. Aún viviendo una etapa de mi vida en la que suelo observar más que actuar, conviene no perder el norte. Conviene tener la certeza de que no vivimos para contemplar, sino más bien para actuar; pobre de aquel que pensara que haciendo deporte encontraría el reconocimiento y la fama…nada de eso debe movernos, sino más bien la celebración cotidiana de las sensaciones, la comunión diaria con uno mismo, y la paz que eso nos procura.
Llovía, si, pero la experiencia y la realización estaban ahí afuera. Así que cogí mi bici de paseo, esa que utilizo a menudo para desplazarme por la ciudad, y acompañé a Sara en su larga carrera de 1h. 45′ por el campo y las carreteras secundarias. No vimos casi a nadie. Pero fue una bonita mañana. Dos personas normales, haciendo algo común , algo que, por otro lado, no tiene beneficios materiales, pero que nos procura descubrimiento, significado vital, experiencias y un resquicio de cielo, llueva ó no.
Manteneros activos.
Que gustazo y reconfortante!!!!!!
Te noto muy sentimental Pablo.
Cuanto hecho de menos al Pablo de hace unos años (mucha cacha para tu hacha)
Amén!