La gran cita está ya muy cerca. Los aficionados a este deporte comenzamos a restar los días que quedan. Los privilegiados, estarán allí, en aquel lugar único, mágico para muchos. Otros nos quedaremos pegados al ordenador, casi toda la noche. Una liturgia.

Hoy he vuelto a sacar de un cajón las medallas que guardo en una cajita, recubiertas por un paño. Siguen brillando. Me he quedado un tiempo recordando mis carreras allí, 140,6 millas para completar grandes etapas de una vida, llenas de recuerdos, de homenajes a seres queridos, de homenajes a mi mismo… los entrenamientos, la carrera, la satisfacción de llegar a esa línea de meta inigualable, después de una día de viento, calor, esmaltado finalmente por esa noche de luna serena, después de la inolvidable meta…

Los recuerdos te proyectan al presente, y a buen seguro hacia el futuro. Seguir soñando y anhelando. Si te pones a recordar, no es hasta meses después cuando valoras en su medida todo lo que hiciste, la tremenda carga vital de un periodo tan intenso de la existencia. Tras ese tiempo latente, todo queda más claro; Puedes oir en tu cerebro mil sonidos, ver la despedida de las nubes, y sentir la fuerza creciente de aquel lugar dentro de ti.

De una vez y para siempre, soy un Ironman. Si alguien me hablara y me pidiera un consejo, tan solo le diría que viviera intensamente todos los días de su vida que giraran en torno a esta prueba: Disfruta de tu día, celebra su final, y ten en cuenta que todo lo que aprendas en ese día de octubre será un principio para tu existencia.
Aloha.