Queramos ó no, esta segunda semana de octubre es especial. La vivimos de forma distinta, con intensidad expectante. Ese lugar que un día nos cambió el concepto de viajar por el de casi peregrinar es en estos días foco de atención del orbe deportivo.

Hace casi 20 años, la prueba era seguramente diferente, pero esencialmente igual. Hoy quiero acercar mi experiencia, aquella de 1998, como forma de recordar y hasta entender el por qué de todos estos años de triatlon.

Kona, Hawaii. 3 de octubre de 1998

Ultimos retoques a la bici, ruedas, avituallamiento, decenas de focos sobre nuestros cuerpos, gritos de los espectadores, el día va rayando en el horizonte. Me pierdo en la multitud, una última foto con Eduardo y me despido de él, de Matías y Verónica.Ya si me siento solo y a la vez en paz conmigo. Estoy tranquilo. Los minutos pasan deprisa y ya en el agua esperamos el cañonazo. Solo recuerdo un trueno y un grito salvaje de cientos, miles de gargantas y millones de burbujas en las cálidas aguas. He salido muy a la izquierda, huyendo de los golpes, y hago más metros, pero no me importa. Me acerco al barco del turnaround y compruebo el cronómetro: 34′ .  Bien, creo que saldré en 1h.10′ más ó menos. Bordeo el Body Glove y enfilo el regreso hacia el muelle; es entonces cuando decenas de triatletas me superan, no puedo seguir los grupos. Es una extraña sensación. Aún así , no me preocupo, sigo a mi ritmo y salgo en 1h.18′,el peor de mis registros en la natación de un IM.

En camiseta y bañador, monto en mi Colnago C-40 y me dirijo hacia el «paseo» por los campos de lava. Al salir de Kona, viento de culo y velocidades de vértigo. Voy todo el rato por la izquierda, superando a muchos veteranos y decenas de chicas. Claro, he salido el 1108 del agua, muy atrás, y me da la impresión de que voy volando, pero en realidad es que al salir tan atrás, voy superando fácilmente a muchos competidores. Sigo casi sin variación por la izquierda, y veo en el horizonte una interminable hilera.

Km. 60. El viento cambia bruscamente y comienza a dar de costado y veo a gente con ruedas de palos delanteras  que se salen literalmente de la calzada. Al pasar por un avituallamiento vuelan mesas y sillas. Esto es un huracán. Yo voy con rueda de palos atrás y radios delante y creo que acerté en la elección. Unos kilómetros más adelante el viento, muy cambiante, comienza con una violencia inusitada de frente. Es el viento más fuerte que haya visto hasta entonces y que luego haya podido nunca sufrir. Voy a 16 km/h. acoplado , a 170 latidos. Increíble. Así no acabaré, pero me consuelo viendo como voy adelantando a más triatletas. Unos kilómetros más tarde, el viento se calma. Esto es como estar en decenas de microclimas distintos en pocos kilómetros. Un sueño con los ojos abiertos.

Km. 85, punto de retorno, Hawii. Esto es Asturias!!! Prados, vacas pastando y casas preciosas de madera, como en las tierras de mis abuelos.Aquí veo a Jero, pareja  de Verónica, que es la primera voz familiar que oigo en varias horas. Un poco más adelante, una de las reinas de Hawaii, Julie Moss, me sonríe cuando la adelanto. No he visto a Eduardo cuando nos hemos cruzado, pero si a Matías, que me vocea , con nuestra consigna jocosa de aquellos días…¡ la batalla del siglo!!

De vuelta a Kona, viento de costado, en contra ó a favor a tramos y dependiendo de las zonas. Sigo adelantando. En el km. 110 pillo a Matías, el legendario Llobet de la primera época de nuestro triatlon. Me pongo a su altura y lo animo, le pregunto por Verónica y me dice que va un poco más adelante. Me insta a continuar, pues a él le han penalizado ya los estrictos jueces y deberá parar 3′ en la T2; 10 kms. más allá adelanto a Verónica que va «tostada» y sigo decidido…Llego a Kona atravesando a buena velocidad la zona residencial del Alii Drive. Mis amigos, Ricardo , Lupe y mi madre han dibujado con tizas de colores nuestros nombres, (Aupa Matías, Edu , Pablo, Vero…)

Mi diario de entrenamiento. Con papel y boli, y sin necesidad de apps, plasmaba y resumía trabajos y sensaciones.

en la tremenda rampa que da a acceso a la T2, en el Royal Kona Resort. El calor ya es asfixiante. Me cambio, medio mareado y compruebo el tiempo en bici, menos de 5.40, me he bajado 600 puestos por delante de lo que saliera del agua.

Los primeros kms. a pie son terroríficos. Veo ya a gente andando en las tremendas rampas. Bajo al Pit, un lugar algo así como una cacerola en ebullición y adelanto a la danesa Karin Jorgensen , con la que hablo gracias a su fluido castellano. Ella estuvo viviendo unos años aquí. Se sorprende y nos animamos. Enfilo hacia el Alii Drive y vuelvo a ver el rostro de mis amigos.Mi madre grita como una india y me pregunta que tal voy. Bien. Bebo mucho y me voy chupando literalmente los power gel que llevo en los bidones.

Mientras voy corriendo me animan de todas maneras. La animacíon es tremenda, al tiempo que  el calor es agobiante y todo es agua: ell agua que bebes, la que sudas, la que te echas por encima y casi la que respiras… y queda todo lo más duro, la solitaria autopista 19. Remonto el repecho de salida del pueblo, Palani Street y leo por enésima vez el monolito, «Kailua Kona». Me adentro en el paisaje espectral de la Highway 19.

Corro ya medio sonado hacia el Energy Lab, veo a los pros que vienen de vuelta y me cruzo con todos esos rostros y nombres que he memorizado en mis dos años de triatleta: Spencer Smith, T. Hellriegel, René Rovera, Peter Reid, ¿dónde está Zack? Unos kilómetros después lo compruebo; el alemán viene caminando , entre una nube de motoristas, ciclistas, fotógrafos, ambulancias, coches de organización… ha «reventado » cuando iba segundo ó tercero después de liderar parte del ciclismo y la marathon. Acabará tan solo quince puestos por delante de mi. Ese es el espíritu de la LD. Llegar, ser un finisher es lo que cuenta.

No han pasado muchos y ya viene Eduardo. Viene entre los 40 primeros el bestia. Va corriendo muy fluído. Chocamos las manos. Un poco detrás me sorprende ver a Tinley sufriendo un montón, corriendo casi con el corazón en la garganta. Parece como si estuviera corriendo una marathon sin el «aperitivo» previo.

Ya junto al mar me adelanta Llobet. Me repite de nuevo…¡¡¡la batalla del siglo!!! vamos en nuestra particular batalla, «masacrándonos» en buena lid. Doy cuatro, seis, ocho pasos caminando y vuelvo a correr. No se me va. Giramos en el Energy Lab y vuelvo a adelantarlo. Ahora es el el que camina. Me dice que va fundido pero que llegará.

De vuelta a Kona me reencuentro con mis fuerzas soterradas.El paisaje aquí es poco menos que apocalíptico, con gente parada,caminando ó casi haciendo eses. Aún somos muchos corriendo, pero cada vez más despacio.En este camino de vuelta, distingo una espalda con un nombre que me es familiar: «Scott Molina». No me lo puedo creer. Es Terminator.Vencedor aquí en el 88. Un mito. He leído un montón sobre él. Lo rebaso y me lo quedo mirando. No hay duda, es él. Que pasada…

A falta de siete millas, me vuelve a adelantar Matías y esta vez casi ni hablamos. Dos millas más adelante lo vuelvo a pasar y esta vez miro hacia atrás y ya no viene. Creo que seré el vencedor de nuestra particular Batalla del Siglo, (la original, la genuina, fue la que libraran los míticos Dave Scott y Mark Allen en el año 89… de ahí nuestra memorable frase). Pero justo en la cuesta en la que Allen descolgara a Scott, a poco menos de una milla de entrar en Kona, Matías vuelve a rebasarme y yo ya no tengo cambio de ritmo. Luego le pregunté cual fue el secreto de su resurrección. Me confesó que hizo los últimos quince kilómetros completamente apajarado, y que dos ó tres power gel y una coca cola obraron el milagro…

Callejeo por Kona. Hay miles de personas. Paso por un tubo de masa humana ruidosa y miro las banderas que flanquean la meta. Paladeo la atmósfera, veo rostros expectantes, alegres,jubilosos y comienzo casi a llorar. Veo la meta , piso la moqueta «Triatlon World Championship Ironman Hawaii». Cruzo la línea, 10h.30′, puesto 312. Unos brazos de dos hawaiianas me llevan y me colocan el collar de flores. Surgen los recuerdos de la infancia, de la juventud, los años que han pasado hasta llegar aquí.

Mi madre está en meta, esperándome. Me hago la foto con ella, que rie con los ojos como dos luceros brillantes. Es casi tan feliz como yo… ¿ó tal vez más?

Minutos después, tumbado en una camilla entre palmeras, con el sol mortecino del atardecer inundando mis sentidos y dos bolsas de hielo en mis cuádriceps, sentí la paz más infinita que un hombre pueda soñar y deseaba que aquella felicidad no acabara nunca.

El relato original fue publicado en el foro de www.elatleta.com en el hilo Experiencias Ironman en junio de 2004.