Desde muy joven, soñaba con el País de la Nube Blanca. Me recreaba y soñaba despierto con caminos entre bosques, el verde de los valles y el azul de los lagos ; el sol derritiendo la nieve, las playas solitarias e interminables.
Devoraba algunos libros en los que iba recreando aquel lugar, libros principalmente de técnica e historia del atletismo que diseccionaban el método, las convicciones y el entorno del maestro Arthur Lydiard, uno de los padres del Entrenamiento Moderno, el autodidacta número uno en el arte del entrenamiento de atletismo , nacido en Auckland y que formó a campeones olímpicos e influyó en toda una generación de corredores y que a mi particularmente me marcó y envolvió.
Dick Quax , John Walker se convirtieron en referentes de juventud, atletas irrepetibles , hijos del método Lydiard, también aquellos corredores finlandeses de los años 70 que, no siendo discípulos de Lydiard, si tenían entrenadores fuertemente marcados por el influjo de la estancia del tècnico neozelandés en el país escandinavo .
Pero sobre todo Peter Snell , la historia de este corredor neozelandés si me cambió la perspectiva del entrenamiento. El trabajo de los corredores de Lydiard, principalmente Snell y Murray Halberg en los Montes Waitakere, en Waitarua contribuyó profundamente a mi visión y formación como entrenador de resistencia. A primeros de los 90, pasé a militar en el equipo de atletismo Neil Armstrong de Madrid, creo que ya desaparecido ¿Razones? vestían de negro, como los neozelandeses, y además de atleta, sería el responsable del mediofondo y fondo del club; un club supermodesto que en poco tiempo llegó a ser más notorio en el cross madrileño, con varias clasificaciones para el Nacional de Cross, fruto de toda nuestra pasión y trabajo.
En mis años de mayor dedicación al entrenamiento del atletismo más tradicional, coincidente con mis inicios en el triatlón, encontré a algún loco de la carrera a pie que , a mis órdenes , y bajo aquel influjo, se entregó con vocación a mis indicaciones. El madrileño Javier Pardo al que conocí en sus inicios en la pista de ceniza del barrio de la Concepción en Madrid, y que como a él le gustaba decir, «descubrió el entrenamiento natural» con mis preceptos .También Juan Antonio Araujo, el entrañable y noble atleta talaverano, que dio un vuelco a sus mejores registros en el verano del 1998, (8.20.33 en el 3.000 lisos , 14.34 en los 5.000) y nada de nivel del mar, sino en la meseta.
No podré nunca agradecer del todo a estos y a muchos otros atletas lo que me aportaron y enseñaron. Ellos fueron los que agrandaron mis horizontes , los que exploraron para mi experiencia y conocimiento aquellas fases de «Base aeróbica» con largas carreras lentas, o los que empujaron más allá de lo que hubiéramos estimado como deseable en un principio, aquellas repeticiones casi interminables de colinas a saltos. Aquellos años de la pasión y el descubrimiento difícilmente podrán quedar en mi olvido y en el de las gentes que me rodeaban en aquellos días.
Vivir un tanto a espaldas de la dinámica social y al vértigo de los tiempos modernos y la tecnificación abusiva, también nos sirvió entonces para crecer como deportistas y sobre todo como personas.
Nueva Zelanda desde aquellos años estaba muy presente en mi ánimo y, aunque latente, el germen estaba en mis pensamientos. Hubo que esperar algunos años para que la simiente volviera a renacer, pero la idea de viajar a las antípodas no me iba a abandonar.
Pero eso lo contaré la semana que viene en la segunda entrega.