Hoy he vuelto a entrenar, a moverme algo más, despues de dos meses de marasmo.

Sin estar del todo recuperado, sin poder correr aún, simplemente sudar sobre la bici y sentir el corazón disparado es un soplo de , digamos, dignidad. Entre la frescura del viento y mi ser ha existido todo este tiempo atras algo así como una cortina infranqueable que quería frustrar mi respiración, un día tras otro.

Piensas que todo lo que existió en ti quedaría quebrado para siempre y no se recompondría nunca; lo que había adormecido, no despertaría jamás. Lo que floreció, se marchitaría.

Día a día no puedes dejar de pensar en ello; no puedes escapar de ese sentimiento de incapacidad, de decadencia, incluso la más leve, del cuerpo.

Por eso, la idea se hace fuerte, y grande: preciso poner mis manos a la obra, despojarme de atavíos, luchar sin tregua frente a lo que se vuelve contra mi incesantemente.Una obra de años, pudiera desaparecer en pocas semanas si el entrenamiento cesa. Asi que la lucha se vuelve contra el tiempo y contra la dificultad.

Seguiré entrenando.

Porque en estas dos palabras reside la riqueza, la verdadera riqueza, que alimenta cada etapa de mi destino.